julio 11, 2012

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Un río por alambres de púas

De alguna manera Cerrejón reúne a 300 indígenas, y les consulta sobre un proyecto que tiene impacto sobre toda la nación wayuu, y que pretende modificar el curso de 26 kilómetros del río Ranchería. A Cerrejón se le antoja explotar el lecho del río.

El informe del primer trimestre del año, de la división de Gestión Social de esta empresa, señala que “con el propósito de fortalecer las relaciones de las comunidades indígenas vecinas a La Mina, se ha adelantado un total de 20 encuentros en los cuales participaron cerca de 300 miembros de los cuatro resguardos indígenas del área de influencia, los cuales se reflejan en lo siguiente:
acompañamiento a la apertura y taller de identificación de impactos y medidas de manejo durante el proceso de consulta previa del proyecto expansión P500”.

Así se conoce, como P500, y tiene un nombre wayuu, –Iiwo’uyaa– que según la fundación Wayuunaki quiere decir irónicamente “Lugar donde nace la primavera”. El proyecto pretende mover el río, cambiarlo de lugar.

Estamos hablando de que Cerrejón evidencia sus ansias de expansión traducida en la explotación de cientos de millones de toneladas de carbón, y estamos hablando de que sus ínfulas, que pasan por encima de las lógicas del medio ambiente, van muy de acuerdo con las apuestas desaforadas de la loca y desquiciada locomotora minera que se ha trazado el Gobierno.

Movilizar un río no es como mover una porción de agua de un lado al otro ni es como construir una carretera paralela. Cambiar el curso de un río significa la muerte ambiental de 26 kilómetros de vida por encima y debajo del agua. Un río es la razón de ser de las comunidades que crecen en sus orillas. Moverlo podría implicar el desplazamiento de pueblos completos.

Al parecer, en el proceso de preacuerdo inicial, los miembros de las comunidades han hecho peticiones como lanchas para actividad pesquera, construcción de una enramada con sillas, alambre de púas, tanques de agua, kits escolares y hasta bóvedas para los muertos. Una lista de solicitudes irrisorias para el impacto ambiental y cultural que tendría el proyecto.

Sin embargo, la gran nación wayuu no ha sido consultada, y muchos lo conciben como una violación de su territorio. Comunidades como San Antonio Pancho, la Florida, y Flor de Olivo serían directamente afectadas, pero el impacto sería sobre todo el gran pueblo indígena que todavía no encuentra legítimas las lógicas devoradoras del Estado colombiano.

Acá en La Guajira se dice “Allá en Colombia”, una sutileza política que demuestra la distancia de un país con apuestas económicas que pasan por encima de sus propios pueblos.

Algunos han advertido el uso de engaños con los que persuaden a la comunidad para que aprueben el proyecto, algo probable en este país en el que la gente firma un listado a cambio de un refrigerio; a cambio de los pasajes, el almuerzo y la promesa de invitarlos a la próxima reunión.

El desvío del río Ranchería implicaría pasar por encima de la cosmovisión del pueblo wayuu, ya que de ninguna manera Cerrejón podría resarcir los impactos por la desaparición de lugares de pagamentos, áreas sagradas que ninguna oficina de gestión social podría cambiar por alambres de púas y rellenos.

Por Claudia Ayola

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